Arqueología y paisaje: escuelas y métodos

Una forma singular de abordar la arqueología en general, y en particular el megalitismo, es recurrir al estudio del paisaje como marco de la actividad humana. A continuación se incluye un breve resumen de las escuelas y tendencias, obtenido de diversas fuentes, principalmente del libro de Almudena Orejas (1995): Del "Marco Geográfico" a la arqueología del paisaje. La aportación a la fotografía aérea. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid.

Los precursores fueron los paisajistas del siglo XIX, artistas que se movían en un terreno estético, a los que siguieron los geógrafos preocupados por el acopio de datos de observación. Ya en el siglo XX, los positivistas consideraron el territorio como elemento determinante en la organización humana, y como espacio vital que modela a los pueblos. Los regionalistas aportan, como su propio nombre indica, el concepto de región, el clima, el relieve, los suelos, las comunicaciones. Los primeros que vinculan geografía e historia son tal vez Gallois, Sion, Febvre, Dion y Bloch, la Generación de los años Treinta, que intentan extraer el paisaje del mundo naturalista para convertirlo en escenario de la historia. Mediado el siglo XX aparece la Landscape Archaeology (con J. Bradford a la cabeza), que muestra su interés por la arqueología de los paisajes. La Field Archaeology, pocos años más tarde, busca las huellas dejadas por la presencia humana en un territorio. La New Archaeology, con Renfrew y Clarke, ya tiene una visión plenamente arqueológica: el paisaje pasa de ser un simple entorno a ser considerado como el conjunto de recursos que ha de estar en equilibrio con la comunidad. Aparecen nuevos conceptos, como la relación hombre/medio, los estudios macro y microambientales, la teoría del lugar central de Christaller y las relaciones entre el ecosistema y la esfera socio-cultural.

Más reciente es la aplicación del Site Catchment Analysis (SCA) o análisis de captación económica, dentro aún de la Nueva Arqueología, en el que se considera el yacimiento arqueológico como eje central en las relaciones hombre-medio: la mejor posición es la que permite un mayor ahorro. La arqueología del yacimiento deja de ser un mero marco para pasar a ser el eje del estudio arqueológico central: hay que definir el área utilizada habitualmente, rastrear los puntos de procedencia de los recursos, reconstruir los micro-ambientes y estudiar las relaciones socio-económicas (Davidson y Bailey, 1984).

Los primeros ecologistas que se instalan en la Arqueología del Paisaje, entre 1966 y 1978, buscan la combinación de los elementos físicos, biológicos y antrópicos que actúan unos sobre otros en el espacio. Optan por el geosistema y por el agrosistema como componente de la historia global.

El Behaviorismo/Conductismo niega la existencia de un espacio objetivo y cree que éste es simplemente el desarrollo de una idea. Nuevos conceptos como mapas mentales o representaciones cartográficas subjetivas hablan de bordes, nodos e hitos. Esta escuela tuvo sin duda más éxito entre los geógrafos que entre los arqueólogos.

En la misma línea, pero más extrema, el Existencialismo de Sartre apuesta por un espacio subjetivo, y por una relación del hombre con el entorno que sólo puede entenderse en términos afectivos.

La Fenomenología del paisaje, un paso más allá, no admite las modelizaciones generadas por los arqueólogos anglosajones: el paisaje no es sino la experiencia que de él tenemos, y es irreductible a modelos y cuantificaciones

El movimiento postprocesualista reúne a radicales, postmodernos, cognitivos, radicales, marxistas y estructuralistas, valga la generalización. Nace para enfrentarse a la Nueva Arqueología y considera que los conflictos internos de las comunidades son los motores esenciales del cambio, frente al reduccionismo ambiental, proponiendo que la concepción espacial está implícita en la acción social de los grupos prehistóricos. Sin embargo, esta corriente ha sufrido fuertes críticas de quienes ponen en solfa su ambigüedad y contradicciones, en definitiva de quienes piensan que el movimiento postprocesual es un mero nominalismo que encubre la vuelta a los defectos tradicionales con la justificación de estar a la última moda.


LA ARQUEOLOGÍA VERDE

Las vanguardias artísticas, tan prolíficas en corrientes y nombres, no han tenido demasiado éxito en el terreno de la arqueología, lo que ha permitido mantener un "nivel de confusión" aceptable. De hecho las últimas tendencias apuntan a algo tan reconocible como la Arqueología Verde, que pretende agrupar tanto las investigaciones destinadas a conocer el medio ambiente como las que interpretan el espacio como un recurso económico. Esta corriente se hace eco de la tendencia hacia lo ecofactual, frente al tradicional interés de la arqueología por lo artefactual. Herederos de los movimientos radicales, los arqueólogos "verdes" entran de lleno en las políticas de conservación y planificación, luchan contra la concepción elitista de la Arqueología y contra la excavación como único objeto lícito, en la línea de Leroi-Gourhan, que considera que muchos arqueólogos no sueltan de buen grado la piqueta para tomar la pluma. La Arqueología Verde reivindica métodos no destructivos, como la prospección o la teledetección, auténtica forma de conservar el patrimonio sin por ello restringir la investigación, oponiéndose a la excavación indiscriminada como método claramente destructivo. Como dice Moberg, los arqueólogos tienen una superstición perniciosa que les hace creer que un resultado arqueológico consiste en una excavación o en un hallazgo. La acumulación de información tiene el efecto de un cuchillo de doble filo: cada observación que se documenta supone la pérdida definitiva de otras, porque toda excavación es una destrucción de informaciones. Por el contrario, según la teoría verde, el hombre no existe más que en la naturaleza, y toda investigación sobre la especie humana está incluida necesariamente en las investigaciones sobre las relaciones entre los seres vivientes y su medio.

Al margen de escuelas oficiales, cabe señalar la importancia que han tenido los movimientos economicistas, que han impregnado en mayor o menor medida todas las tendencias. Desde las técnicas capitalistas que se interesan sólo por las formas de intercambio, hasta las marxistas que se encuentran con la lucha de clases y la dialéctica en cada conflicto de origen económico. En general se trata de una simplificación funcionalista que supone que los hechos económicos y sociales originan un orden geométrico, aplicable incluso en comunidades prehistóricas. Este supuesto es paradójico incluso para economistas como Gabriel Tortella, que admiten que la revolución neolítica es tan excesiva que constituye una discontinuidad, una de las grandes incógnitas en la lógica del desarrollo.

El espejo, la imagen en negativo de esta visión economicista del mundo, la ofrecen los movimientos espiritualistas que ven centros religiosos y lugares sagrados en donde otros ven relaciones de intercambio. También hay antropólogos que incorporan al análisis locacional modelos derivados de la sociología comparada, y no han desaparecido los ideólogos que fuerzan la doctrina marxista o postmarxista para adaptarla a la prehistoria.


ARQUEOLOGÍA ESPACIAL

Mención aparte merece la Arqueología Espacial, que aparece en casi todas las escuelas bajo unas denominaciones u otras. El espacio se nos presenta como un mapa mental en el que nos identificamos y con el que nos comunicamos. Más allá de las antiguas descripciones geográficas y geológicas que aparecen en los estudios sobre arqueología, el entorno se estudia cada vez más como las correspondencias entre la naturaleza y la cultura. Hoy ya no es posible ignorar la geomorfología, el clima, los suelos o las comunicaciones del periodo que se pretenda analizar; hay un claro intento de formular una teoría adecuada que sirva para pensar la interrelación entre cultura, sociedad y espacio, entre sistemas de pensamiento y formaciones económico-sociales y paisaje. Algunos autores van más lejos y afirman que las relaciones topológicas son inmutables y objetivas, pensadas y perpetuadas a partir de una estructuración y de una codificación. El espacio pasa así de ser una entidad física estática a una construcción social imaginaria que se puede medir, convertir en números.

Pero en general, la arqueología espacial no puede ser desvinculada de otras corrientes de análisis como la arqueología económica, la arqueología social o la etnoarqueología, a la vez que hay que aceptar los riesgos que presenta, particularmente en el mundo funerario. Como dice Andrés Rupérez, el análisis espacial es un lenguaje útil al tiempo que un juguete peligroso, tanto más cuanto más difícil de manejar sea, cuanta más matemática acumule, cuanto más científico parezca y más alejado esté de la realidad.


ESCUELAS O IDEAS

Echando la vista atrás, la sucesión de escuelas parece más bien un rosario de ideas encadenadas que han ido perfeccionándose con el tiempo, aunque enturbiadas por la aparición de algunos movimientos teóricos cuyo único fin parece haber sido criticar a sus antecesores.


 

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